Historia

El experimento de IBM que sentó las bases de los traductores online

Hace setenta años la empresa IBM y la Universidad de Georgetown realizaron la primera traducción electrónica hecha por un ordenador. Y no fue sencilla.
Una operadora norteamericana usa el IBM 701 para traducir texto ruso al ingls.
Una operadora norteamericana usa el IBM 701 para traducir texto ruso al inglés.Mondadori Portfolio/Getty Images

Los avances tecnológicos no surgen por arte de magia. Para que hoy en día una persona pueda sacar su teléfono móvil, fotografiar con la cámara un rótulo en un idioma extranjero y traducirlo al propio, fue necesario que, hace setenta años, se hiciera la primera traducción con un ordenador tan aparatoso, que difícilmente cabía no ya en un bolsillo, sino en toda una habitación.

Se trataba del IBM 701, un cerebro electrónico de última generación que ocupaba toda una estancia del edificio que la compañía tecnológica tenía en la esquina de la avenida Madison con la calle 57 de NuevaYork. Aunque estaba pensado para fines militares, en el ámbito civil era utilizado por diferentes empresas, como las del ramo de seguros que, debido a su alto coste, en muchos casos ni siquiera adquirían una unidad en propiedad, sino que la alquilaban por un precio mensual que daba derecho a asistencia técnica y piezas de recambio. De hecho, desde su lanzamiento en 1952 y hasta su sustitución en mayo de 1954 por el modelo IBM 702, apenas se vendieron veinte unidades.

Antes de su obsolescencia, en enero de 1954, profesores de la Universidad de Georgetown y técnicos de IBM llevaron a cabo el conocido como “Experimento de Georgetown”, la primera traducción automática de la historia, que sería clave para el desarrollo posterior de esta tecnología. “Aunque aún no es posible insertar un libro en ruso por un extremo y sacar un libro en inglés por el otro, dentro de cinco, tal vez tres años, la conversión de significado interlingüístico mediante un proceso electrónico puede ser un hecho consumado”, afirmaba el doctor Leon Dostert, uno de los encargados del experimento, que añadía: “Cuando eso suceda, se habrá eliminado otro obstáculo a la comunicación intercultural y se habrá dado un paso más hacia una mayor comprensión”.

Esa necesidad de lograr una mayor comprensión entre culturas en una época tan convulsa como la Guerra Fría hizo que los idiomas elegidos para el experimento fueran el inglés y el ruso. Según un informe publicado por IBM después de la experiencia, la comprensión del ruso por parte de los países occidentales se veía “obstaculizada por el número relativamente pequeño de estudiantes de ruso, en contraposición a una acumulación cada vez mayor de material textual ruso, cuyo verdadero significado ni siquiera puede estimarse hasta que se conozca su contenido”.

Para evitar cualquier suspicacia, la propia compañía se apresuraba a aclarar que: “La desbordante reserva de datos sobre la Unión Soviética no es obra de espías. Consiste en material publicado abiertamente y disponible en o desde Rusia para cualquier personainteresada: libros y revistas, periódicos, revistas técnicas…”. A pesar de ese matiz, lo que IBM no mencionaba es que el origen del experimento estaba en una conferencia sobre traducción celebrada en el MIT en junio de 1952, en la que Duncan Harkin, del Departamento de Defensa de EE. UU., se había ofrecido a financiar un proyecto de traducción automática con los fondos de su organización.

Un informático mete algunas tarjetas en el mega-ordenador.Mondadori Portfolio/Getty Images

A partir de entonces y a lo largo de dos años, los expertos en lingüística estuvieron programando a la IBM 701 de cara a la cita de enero de 1954. Para ello, se introdujeron doscientas cincuenta palabras en ruso con su equivalente al inglés y seis reglas de gramática —el doble de las necesarias para guiar un misil— para que la computadora supiera cómo realizar la traducción, incorporar los matices y detectar incoherencias. De hecho, cuando una de las frases carecía de sentido, la máquina se bloqueaba y hacía sonar un timbre.

Para transmitir a la máquina las frases que debían ser traducidas —cuyos temas abarcaban matemáticas, química, comunicación, metalúrgica y, cómo no, asuntos militares—, la mecanógrafa Marilyn Polle las tecleaba en ruso con alfabeto latino —en lugar de cirílico— en una tarjeta perforada. Seis o siete segundos después, la máquina imprimía la traducción al inglés. Por ejemplo: “Transmitimos pensamientos a través del discurso”, “El valor de un ángulo está determinado por la relación de la longitud del arco al radio” o “El entendimiento internacional constituye un factor importante en la toma de decisiones de cuestiones políticas”.

Al día siguiente del experimento, The New York Times publicaba en portada: “Se traduce del ruso al inglés gracias a un rápido traductor electrónico”. En páginas interiores, se ampliaba la información bajo el título de “Calculadora tiene un nuevo empleo: traducción de idiomas” y se recogían las declaraciones de uno de los participantes, que expresaba su deseo de que, en un plazo breve de tiempo, se construyera una computadora expresamente diseñada para traducción en lugar de tener que utilizar una creada para otros usos.

A pesar de que otros periódicos y revistas como New York Herald Tribune, Washington Herald Tribune, Los Angeles Times, Newsweek, Time, Science o Discovery se hicieron eco del experimento y mostraron también su optimismo por las posibilidades que se abrían en el campo de la comunicación, las previsiones no se cumplieron. Los dos o tres años que se habían establecido como plazo para el desarrollo de esta tecnología se alargaron más de tres décadas, debido a que las traducciones automáticas basadas en reglas resultaban demasiado rígidas y daban lugar a numerosos errores.

De hecho, no fue hasta los años 80 cuando se comenzaron a utilizar sistemas cuyo funcionamiento se basaba en la asociación, el vínculo entre los elementos de una frase y el contexto, lo que los acercaba un poco más a la forma de operar de la mente humana. Aún así esos métodos seguían siendo demasiado rudimentarios, por lo que hubo que esperar a que, en la década del dosmil, se desarrollasen sistemas que proporcionan traducciones automáticas basadas en redes neuronales que, en la actualidad, ya son capaces de traducir incluso vídeos a tiempo real. Aunque el resultado todavía no es óptimo, supera sin duda lo iniciado con la IBM 701 y sus tarjetas perforadas.